LOS TRES COSMONAUTAS
De Umberto Eco
Érase una vez la Tierra y érase una vez
Marte. Estaban muy lejos uno de la otra,
en medio del cielo, y alrededor había millones de planetas y galaxias.
Un
buen día partieron de la Tierra
desde tres puntos distintos, tres cohetes. En el primero iba un norteamericano
que silbaba muy alegre canciones de jazz y rock; en el segundo iba un ruso que
cantaba con voz profunda canciones de su tierra. En el tercero iba un africano
que sonreía feliz, con dientes muy blancos en su cara de color.
Los
tres querían llegar primero a Marte para demostrar quién era el más valiente y
todo porque para decir lo mismo, por ejemplo: “Buenos días”, lo decían en
distinto idioma. Por eso no se comprendían y creían que eran distintos. Como
los tres eran muy valientes llegaron a Marte casi al mismo tiempo.
Llegó
la noche. A su alrededor había un extraño silencio y la Tierra brillaba como si
fuese una estrella lejana. Los cosmonautas se sentían tristes y perdidos, y el
norteamericano en la oscuridad llamando a su mamá dijo: “Mamie”. Y el ruso
dijo: “Mama”. Y el africano dijo: “Mbamba”.
Pero
enseguida comprendieron que estaban diciendo lo mismo y que tenían los mismos
sentimientos. Fue así como se sonrieron, se acercaron, juntos encendieron un
fuego y cada uno cantó canciones de su país. Entonces se armaron de coraje y
mientras esperaban el amanecer aprendieron a conocerse.
Por
fin se hizo de día. Hacía mucho frío y de repente de un grupo de árboles salió
un MARCIANO. ¡Era terrible verlo! Era de color verde, sus orejas eran distintas
a las nuestras, tenía seis brazos y al mirarlos dijo: “¡Grrrr!”. En su idioma
quería decir ¡Mamita querida! ¿Quiénes son esos seres tan horribles? Pero los
terrestres no comprendían y creyeron que su grito era un rugido de guerra...
Fue así como decidieron espantarlo. Pero de pronto, en medio del frío del
amanecer, un pajarito marciano que evidentemente se había escapado del nido,
cayó al suelo temblando de frío y miedo.
Piaba
desesperado, más o menos como un pajarito terrestre. Daba realmente pena. El
norteamericano, el ruso y el africano lo miraron y no pudieron contener una
lágrima de compasión.
En
ese momento sucedió algo muy extraño. También el marciano se acercó al
pajarito, lo miró y dejó caer dos hebras de humo de su extraña boca y los
terrestres de golpe COMPRENDIERON que el marciano estaba llorando...
Después
vieron que se inclinaba sobre el pajarito y lo levantaba entre sus seis bazos
tratando de darle calor.
El
africano le hizo señas a sus amigos terrestres que querían decir: “¿Se dieron
cuenta? ¡Creíamos que este marciano era distinto de nosotros, pero ama, se
conmueve, tiene un corazón y seguramente un cerebro. ¿Todavía creen que hay que
espantarlo?
No
era necesario hacer semejante pregunta. Los terrestres habían aprendido la
lección: que dos personas sean distintas no significa que deban estar en
guerra, que deban ser enemigas.
Por
lo tanto, se acercaron al marciano y le tendieron –en señal de Paz- la mano. Y
él, que tenía seis, le dio la mano a los tres al mismo tiempo, mientras que con
las que le quedaban libres hacía gesto de saludos.
Y
señalando la Tierra,
distante en el cielo, hizo entender que deseaba viajar allá para conocer a los
otros habitantes e idear la forma de fundar una gran comunidad especial donde
todos se amaran y estuvieran de acuerdo...
Los
terrestres, entusiasmados, dijeron que sí. Y para festejar el acontecimiento le
ofrecieron un bombón. El marciano muy contento lo tocó con su dedo de luz e
inmediatamente desapareció: era su forma de saborearlo. Pero ya los terrestres
no se escandalizaron porque habían ACEPTADO y COMPRENDIDO que, tanto en la Tierra como en otros
planetas, cada uno tiene sus propias costumbres y sólo es cuestión de ACEPTARSE
LOS UNOS A LOS OTROS.